Diccionario de drogas
Posteado por genaro en Jul 17, 2015 en Drogas, Javier Sicilia, Libros, Zara Snapp | 0 comentarios
Ayer presenté junto con Javier Sicilia el “Diccionario de drogas” de la investigadora Zara Snapp. Siempre que un amig@ me invita a presentar su libro, me gusta honrar tal invitación y festejar la publicación con un texto. Comparto abajo el que leí ayer.
Soy un usuario de drogas legales. Soy adicto a la nicotina desde hace 22 años. Dos décadas he fumado el tabaco marca Marlboro cuya cajetilla, a un costado me malinforma que contiene 0.7mg de nicotina, 10mg de alquitrán y 9 mg de monóxido de carbono. Digo me malinforma porque no sé si es por cigarro o por los 20 cigarros que me duran tres días. Eso sí, apenas desde hace algunos años las cajetillas traen una leyenda que intenta disuadir al fumador al indicarnos: fumando te buscas una muerte lenta y dolorosa o “el tabaco contiene cianuro, un veneno utilizado como raticida”.
Empecé a los 17. Aprendí el comportamiento del fumador en casa. Recuerdo la primera vez que lo fumé. Mi madre, como si fuera un personaje de la serie Mad Men, me mandó a encenderle un cigarro a la cocina. Tendría yo unos 10 años. Eran la década de los 80. Me dirigí con con su cigarro Raleigh a la cocina. Al no encontrar el encendedor, se me hizo fácil abrir el bóiler e intentar prenderlo ahí. Abrí la compuerta del tanque, acerqué la cabeza con el cigarro en la boca y lo primero que me pasó fue una llamarada en la cara que me dejó sin pestañas varios meses, pero lo que más recuerdo fue el olor a tabaco, el humo entrando en mi boca y provocándome un picor en el paladar. Recuerdo haber tosido y que la primera sensación fue de asco. Años después estaría yo repitiendo el mismo vicio que mi madre y sin entender el porqué.
Leo el diccionario de Zara y aprendo un poco más sobre mi vicio. Por ejemplo, de las notas curiosas me entero de forma rápida que el tabaco se planta en México desde 1400 aC y que los españoles lo usaban como planta ornamental. De los datos preocupantes, me entero que el tabaco mata a millones de personas cada año, que causa mayor probabilidad de infartos, cáncer de pulmón, boca y páncreas, que la nicotina es machista, sexista y un instrumento del patriarcado pues reduce la vida de las mujeres en 14.5 años, mientras que la de los hombres solo en 13.2. Mi usual hipocondría se aminora al saber este último dato. Me entero también que ayuda para algunos síntomas de la depresión y la epilepsia y como alguien que ha sufrido de ambas, entiendo porque me ha costado tanto dejarlo. He intentado dos veces, sin éxito. Espero que la tercera sea la vencida, como con El Chapo.
Soy un usuario de drogas legales. Una de mis drogas favoritas de niño era la cafeína que tomaba en la Coca Cola cuando la había en casa en lugar de las aguas frescas. Desde hace como unos 20 años también tomo diariamente unas 5 o 6 tazas de café bien cargado, express doble, usualmente.
Cafeína, mi primera dosis al despertar porque siento que sin ella no me logro conectar con el día. Mis siguientes dosis antes de dar clases y claro, también saliendo. Una más cuando escribo y otra más, religiosamente, después de comer. Mezclo mis granos en casa y el olor me produce un placer que me ayuda a llevar el día. Leo a Zara y me entero que puede ayudar a disminuir el riesgo de cáncer y, tontamente, prendo un cigarro. Uno atrae el cáncer; el otro lo aleja, pienso y río. El café no lo puedo dejar.
Soy un usuario de drogas legales. Amo los alcaloides como la teobromina y la feniletilamina que contiene el chocolate. Las imágenes que vemos en películas de un rompimiento amoroso que van acompañadas de helado de chocolate o de chocolates al por mayor tienen algo de sentido. Leo el diccionario de Zara y aprendo que el chocolate genera dopamina que nos hace sentir felices. Aprendo también que el mejor es el que no lleva leche ni azúcar, el chocolate negro y pienso en que qué razón tienen algunos cuando dicen “once you go Black, you never go back”.
Soy un usuario de drogas legales. Todas las noches me tomo una copa de vino tinto. Disfruto leer con un buen Malbec argentino, un Cabernet mexicano o un Brunello italiano. Es más hasta hay un argentino que se llama Trío. En las comidas de trabajo pido siempre un aperitivo, un mezcal Madrecuixe o un Clamato con cerveza, eso sí light para que no me crezca la panza. Pienso en el Rubaiyat del poeta árabe Omar Khayyam y me entrego al y sus taninos. Cuando hay fiesta o reunión de fin de semana me tomo unos 5 o 6 o 7 ginebras o vodkas. Leo a Zara y me entero que los franceses y los italianos consumen diariamente alcohol y que si bien los mexicanos no lo hacen, cuando consumen, lo consumen como si mañana fuera el fin del mundo.
Soy un usuario de drogas legales. Si bien no utilizo los sedantes Valium y Diazepam de los que escribe Zara, sí utilizo Rivotril algunas ocasiones porque sufro de trastorno de ansiedad y pánico. Ahorita me sudan un poco las manos de hecho. De mis amigos y amigas y familiares sé historias de que casi todos usan al menos una de esas drogas legales. Sí, mis amigas pueden traer en su bolsa, la cajetilla de cigarros, el celular, el maquillaje, y junto a todo el universo de cosas que una mujer puede traer en su bolsa, o también los hombres que usamos bolsas, así casual también traen sus pastillas de antidepresivos, ansiolíticos o sedantes. Es la posmodernidad en la que nos tocó vivir.
He sido ususario de drogas ilegales. Mi primer lío amoroso era un pacheco empedernido y militaba en el Partido Verde, y esto es lo que me da pena confesar y no lo primero. De mis amigos de la universidad más de la mitad fumaba marihuana en los 90. Así que unos tres años la fumaba ocasionalmente los fines de semana. Y sí, le di el golpe, y sí me pachequeé. A veces con buenos viajes y una que otra vez con malviajes. Eran los años 90 y ese ex lío amoroso del Verde compraba un ladrillo o guato de mariguana por 150 pesos. Para fines del vocablo del siglo 21, ese guato era hoy mariguana orgánica. No la adulterada genéticamente que hoy fuman, por la que pagan miles de pesos y que les dan en bolsitas. Dejé de fumarla y años después volví a fumarla en una fiesta hace como 5 años y fue de los peores errores de mi vida. Me dio un ataque de pánico inmediato. Hoy en las fiestas a las que voy, casi todo mundo fuma. Disfruto el olor, pero no la consumo más. Eso sí, me gusta ver a la gente riendo al absurdo cuando la consumen.
Pese a que la encuesta nacional de adicciones del 2011, que Zara cita en su diccionario, nos diga que solo un 1.2% de la población mexicana la consumió en ese año, lo cierto es que nadie le cree a esas encuestas y lo cierto es que la mariguana está por doquier en México, en todas las clases sociales y en todas las edades. De producción casera o de ingeniería genética. Y como bien cuenta Zara, hay una tendencia global a debatir y aprobar su despenalización. En Uruguay, en los Países Bajos, en varios estados de Estados Unidos, el mayor consumidor del mundo. Es más hace un par de años en California vi un consultorio médico con la hoja de mariguana afuera y con una leyenda que decía: licencias para consumir mariguana medicinal. Me acerqué y saqué la mía en 20 minutos. Escribí la crónica en Reforma a manera de burlarme de lo fácil que es legalmente conseguirla allá. El doctor solo me preguntó por cual razón la necesitaba. Le dije insomnio, depresión amorosa y falta de apetito y me dio mi licencia en un santiamén.
Y mientras, en México seguimos con la absurda política prohibicionista, con más de ¿150, 170, 200 mil? muertos y desaparecidos después, ¿acaso la cifra importa? ¿acaso no nos hemos hecho ya ajenos ante el dolor de los demás, por parafrasear a Susan Sontag? ¿acaso no hemos normalizado ya ese contador de la violencia en el país?
Ni Felipe Calderón ni Enrique Peña Nieto han aprendido la lección. Apenas con la imperdonable segunda fuga del Chapo, el secretario de gobernación Osorio Chong, utilizando un tono formal, decía, y cito, “No habrá descanso para este delincuente, se trata de un criminal responsable de la comisión de múltiples homicidios, de la venta de millones de dosis de droga que dañan a nuestros niños y jóvenes, y de lucrar con la seguridad de las familias mexicanas.” Sin reconocer pues que el paradigma es el equivocado, que es la violencia de la absurda e inganable guerra contra el narco la responsable de múltiples homicidios, de violaciones a derechos humanos en Tlatlaya, de desapariciones forzadas en México, de Ayotzinapa y todas las tragedias que se sumen en los tres años que todavía le quedan a este gobierno.
El paradigma equivocado en lugar de las políticas públicas adecuadas. Una guerra que no se puede ganar con las armas con la que la están combatiendo. Una guerra que ya perdimos y que solo nos está costando vidas. Las armas adecuadas: Prevención, educación sobre drogas, regulación del mercado. Temas todos que Zara Snapp impulsa en sus investigaciones sobre el tema de las drogas y que con este diccionario aterriza para su difusión. Temas que el movimiento de Javier Sicilia ha visibilizado como ningún otro. Temas que nos hacen gritar y exigir No más sangre, No más violencia absurda. No más corrupción.
Esta es pues una invitación a que el diccionario de Zara sea leído, que sea una primera invitación a los padres y madres de familia para que se eduquen sobre el tema de las drogas, para que sepan sobre los efectos, las contraindicaciones, la calidad de las drogas que sí, están a la vista y de fácil acceso en todo el país. Es una invitación para que los legisladores tomen seriamente los debates de la regulación del mercado de las drogas, como están haciendo Fernando Belaunzarán, Mario Delgado y Vidal Llerenas, con información científica, sin tabúes y con valentía y reconociendo que México está entrando tarde a un debate que otras sociedades ya han resuelto o se encuentran a punto de hacerlo.
Es voltear a vernos al ombligo y autoconfesarnos que somos usuarios de drogas legales e ilegales todos los días. Es conocer con responsabilidad los efectos a nuestra salud del cigarro que nos fumamos después de una sesión de sexo, del tequila que acompañamos con una sangrita a la vista de todo mundo en un restaurante, del chocolate que comemos y que damos a nuestros familiares menores de edad, del café que consumimos todos los días, de las tachas que muchos amigos compran fácilmente en las discotecas de la Ciudad de México y que las consumen para bailar música electrónica. De la cocaína que es igualmente de fácil acceso y que muchos consumen en los baños de los bares o de los restaurantes o en sus mismas reuniones caseras, a veces combinada con aspirina o hasta con talco porque hay una ausencia del Estado en la regulación de la calidad de estos productos.
Es reconocer que todos somos corresponsables y que si el paradigma no cambia, si no nos involucramos en la incidencia legislativa, en movimientos como el de Javier Sicilia y en educarnos sobre las drogas a nuestro amado país literalmente se lo va a cargar la chingada.